Sin duda, lo que más me cuesta como madre es ver sufrir a mi hija y no poder evitarlo.
Sentir en mi piel sus dificultades, frustraciones, dolores, decepciones, su miedo, cansancio y, saber que no puedo hacer nada para evitárselo, que incluso ya no le calma mi presencia sino todo lo contrario.
La teoría me la sé: las dificultades le ayudan a crecer, desarrollarse y la preparan para la vida…
Ahora, una cosa es “la teoría” y otra cosa es vivirlo “en tus propias carnes”.
Sí, cuesta ver sufrir a un hijo y no poder hacer nada ¿o sí?
¡Claro que hay cosas que podamos hacer! Aunque a veces nos supongan un esfuerzo casi “sobrehumano”.
Podemos…
Podemos trabajarnos nuestras emociones para tomar perspectiva, “bajar la intensidad” y no agrandar lo que para él/ella no es realmente un problema.
Podemos aprender a escucharle sin juzgar, sin aconsejar, sin pretender solucionarle cualquier dificultad, sin compadecernos ni “aleccionar”. Escuchar en silencio, con atención, cercanía e interés, transmitiendo apoyo silencioso e incondicional…
Y desde esa escucha activa y profunda… podemos validar sus emociones, no quitarle importancia a lo que está sintiendo y tampoco agrandarlo, conectar con su emoción “en la medida que la transmite” y acogerla “tal cual”.
Podemos aprender a mantenernos «a distancia» o cerca según ella nos pida.
Podemos aprender a respetar sus silencios y aprovechar al máximo los momentos de conversación y conexión.
Podemos trabajarnos para aceptar “lo que la vida le de” aunque a veces nos parezca injusto y duro para nuestra hija…
Podemos aprender a aceptar a nuestra hija “tal cual es” y no como nos gustaría que fuera.
Es decir, podemos trabajarnos para aceptar las cosas que no podemos cambiar y centrarnos en las cosas que sí podemos…
Podemos también aprender a poner límites de forma respetuosa y firme.
Podemos aprender a ser coherentes y consecuentes con lo que decimos y hacemos.
Podemos aprender a flexibilizar, realizar acuerdos…
Podemos aprender a soltar dejando que se equivoque y busque sus propias soluciones (aunque no sean “tan buenas” como las mías).
Sí, hay mucho que podemos hacer para vivir en positivo cualquier etapa de nuestros hijos (sí, sí, ¡también la adolescencia!) y acompañarles en su desarrollo personal de manera potenciadora y respetuosa.
Ésta es mi experiencia.
Cuando empecé a ser madre no sabía realmente el esfuerzo y tiempo que supone educar a los hijos de forma sana y potenciadora, ahora, la Disciplina Positiva me ha ayudado mucho en este camino y SÉ que es lo mejor para mis hijos y ¡merece la pena!
Y ¿tú? ¿Qué quieres para ti y tus hijos?