Sí, tal cual, así me expresó el otro día una madre en consulta cómo ve a su hijo.
Eso es una creencia. Sin duda basada en determinados hechos observados desde su perspectiva: aunque aprueba todo saca notas bajas, lo “único” que quiere hacer es jugar a la play o al fútbol con sus amigos, no ayuda nada en casa…
Si esa creencia es verdadera o falsa no es lo importante, lo importante es el impacto que tiene en el autoconcepto de su hijo y en su relación con él.
Preguntas que le hice: «Pensar de tu hijo que es un vago…:
- ¿Te acerca o te aleja de tu hijo?
- ¿Le impulsa a esforzarse y desarrollar todo su potencial?»
La respuesta a la 1ª pregunta fue clara: «Me aleja».
Con la 2ª hubo más dudas puesto que en su caso, cuando era adolescente ella, que su padre le “echara la charla” le impulsó a esforzarse más “aunque fuera para demostrarle que estaba equivocado” y obtuvo muy buenos resultados académicos, etc.
Sí, puede que en algunos casos funcione, ahora, cuando lo que vemos es que nuestro hijo no reacciona así, sino que contesta mal y actúa de una forma que transmite que siente rabia, podemos intuir que el efecto que está teniendo en él esta manera de verlo y nuestros comentarios no es potenciador ni le ayuda a avanzar.
Entonces ¿el camino es felicitarle por “ser un vago” y no hacer nada? ¡Por supuesto que no!
El camino, para empezar, es aceptar que nuestro hijo es DIFERENTE a nosotros y no tiene las mismas prioridades ni intereses. Es necesario realizar el duelo de que no sea como a nosotros nos gustaría, conseguir verle desde otra perspectiva, desde todo su potencial y tener presente que irá madurando y encontrando su camino…
Es fundamental que nos concentremos en conectar con sus intereses, validar sus emociones (“entiendo perfectamente que no te apetezca nada estudiar”), alentarle a esforzarse (“ánimo, tú puedes conseguirlo”), reconocer y valorar sus avances (“gracias por meter los platos en el lavaplatos”, “puedes sentirte muy satisfecho de haber estudiado esta tarde aunque no te apeteciera nada”), aportarle preguntas de curiosidad que le ayuden a reflexionar como por ejemplo: “¿cuál es tu plan de estudio para ese examen? ¿cómo te vas a organizar para hacer el trabajo de ciencias? ¿sabes qué media necesitas para estudiar…? ¿qué asignatura te gusta más y cuál menos? ¿cómo te sientes con ese resultado? ¿qué ha sido lo mejor y lo peor de tu día?”, etc. y, por supuesto, ponerle límites claros, firmes y de forma respetuosa en lo que aún no es capaz de gestionar de forma adecuada (ej. tiempo/horarios de juego con la play, el móvil, etc.).
La adolescencia es una etapa complicada, llena de cambios psicológicos y emocionales, cansancio físico por el crecimiento, miedo a lo desconocido y dudas sobre la valía personal y todo esto puede hacer actuar a nuestro hijo de forma que parezca que “es un vago” y nada le importa salvo “él mismo”.
Ahora, si conectamos con su parte profunda, con lo que puede estar sintiendo, pensando y necesitando nuestro hijo, entenderemos que necesita apoyo incondicional cuando algo le sale mal (en vez de críticas), aliento para establecer su propia identidad personal positiva (valores y creencias sobre él mismo, los demás y el mundo), acompañamiento para definir su camino profesional y normas y límites que le ayuden a avanzar.
Ya, educar así no es fácil, no nos han enseñado a hacerlo, pero estamos a tiempo de aprender. La Disciplina Positiva nos enseña cómo conectar e impulsar a nuestro hijo para que desarolle todo su potencial y, francamente, creo que merece la pena.
Si quieres descubrir todo lo que la Disciplina Positiva puede aportarte como madre/padre, escríbeme, concertamos una sesión y hablamos.
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