A la mayoría de nosotros, padres y madres, nos han enseñado que sólo hay una manera de responder a una rabieta: no haciendo caso. El punto de partida es que nuestro/a hijo/a nos “está echando un pulso”, “está cuestionando la autoridad” y si “flaqueamos” aprenderá que puede conseguir lo que quiera llorando, pataleando…
Esto es una enorme simplificación de la realidad.
Es fundamental conocer el funcionamiento del cerebro del niño (recomiendo el libro de Daniel J. Siegel que tiene precisamente ese nombre: “El cerebro del niño”) para saber que los niños no siempre actúan con “premeditación y alevosía”, que no siempre nos están echando un pulso de poder, a veces, simplemente, no son capaces de actuar de otra manera pues su cerebro aún no está desarrollado del todo y no tienen disponible la capacidad de gestión y autocontrol de las emociones que, dicho sea de paso, es necesario entrenar, pues si no, se puede llegar a la edad adulta sin haberla desarrollado y esa situación generará más problemas, sin duda alguna, que en la etapa infantil.
Bien, aprovechando la explicación de Siegel del cerebro superior y el cerebro inferior, he llegado a la conclusión de que existen dos grandes tipos de rabietas o explosiones emocionales. Propongo este nuevo nombre pues las rabietas se suelen asociar a los niños pequeños entre los 1-5 años, sin embargo, con la llegada a la adolescencia, las explosiones emocionales pueden generar bastante desequilibrio en el niño-preadolescente y en la familia con la que convive.
Siegel las clasifica en:
- Rabietas del cerebro superior.
- Rabietas del cerebro inferior.
Según Siegel, las rabietas generadas por el cerebro superior son aquellas en las que el niño decide tener una pataleta como medio para conseguir algo y mantiene el control de la situación. La manera de comprobarlo es decirle que le vamos a dar lo que pide o “amenazarle” con la pérdida de algún privilegio para que inmediatamente pare de patalear o exigir.
Nota: Yo personalmente no recomiendo en ningún caso recurrir a amenazas ni castigos como medio para “sofocar” las rabietas dirigidas por el cerebro superior. Más adelante mostraré el método que me parece más eficaz y positivo para tratarlas.
Por otro lado, las rabietas del cerebro inferior son aquellas en las que el niño no tiene la capacidad de utilizar el cerebro superior, por lo que actúa bajo “colapso emocional” y no es capaz de tranquilizarse por sí mismo (aún no tiene desarrollado del todo el cerebro y por tanto esa habilidad).
Para saber cómo actuar, lo primero que necesitamos es tener claro ante qué tipo de situación nos encontramos. ¿Cómo distinguir ambos tipos?
La clave es muy sencilla:
En el primer caso, rabietas dirigidas por el cerebro superior, el niño “exige” algo y en caso de no conseguirlo se enfada, grita, llora, etc.
Ejemplos que nos pueden ayudar a detectarlas: estamos de paseo y nuestro hijo de 3 años ve chuches en una tienda y las quiere “ya”, se sienta en el suelo llorando y gritando y se niega a avanzar; nuestra hija de 11 años quiere un móvil “a toda costa y ya” porque “todas” sus amigas lo tienen y nos asegura que si se lo compramos estudiará todos los días…
Sin embargo, en el segundo caso, rabietas-explosiones emocionales generadas por el cerebro inferior, la causa es un acontecimiento que impacta en el mundo del niño y le genera una sensación o emoción desagradable (enfado, miedo, frustración, rabia, cansancio, hambre etc.) que aún no ha aprendido a gestionar por sí solo.
Ejemplos que nos pueden ayudar a detectarlas: nuestra hija de 10 años llega del cole enfadadísima porque su mejor amiga la ha dejado de lado y nos enteramos después de que haya “arremetido” contra su hermana pequeña por no haber colocado “bien” el abrigo. Nuestro hijo de 4 años está muy disgustado porque se ha roto su juguete favorito y no para de llorar y gritar.
Una vez “clasificada” la rabieta en tipo 1 ó 2, las actuaciones más eficaces a realizar en cada caso serían:
1. Rabietas generadas por el cerebro superior: Mantenernos coherentes: Mantener el límite con cariño y respeto, si hemos dicho no, es no. No ceder, mantener la calma y dar una breve explicación del porqué “no”, pasando después al “silencio positivo”, es decir, primero comunicar a nuestro hijo con cariño que acogemos y comprendemos sus sentimientos y al mismo tiempo transmitirle que la respuesta a su petición es no: “Cariño, ya sé que te gusta mucho ese juguete y que te gustaría disfrutarlo ahora mismo, sin embargo, no lo vamos a comprar”.
También funciona, en el caso de niños más pequeños, utilizar maniobras de distracción y confiar en que pase pronto la pataleta, pues sabemos, que nuestro hijo parará en cuanto vea que “no consigue lo que quiere con ese método”.
Por tanto, en este caso es fundamental mantener el límite pues de esta manera estamos enseñando a nuestro hijo, según palabras de Siegel que, “la comunicación respetuosa, la paciencia y la gratificación postergada tienen compensaciones y que una conducta contraria no”.
2. Cuando la explosión emocional está generada por el cerebro inferior, nuestra actuación tiene que ser muy diferente. Nuestro hijo tiene las hormonas del estrés disparadas y casi ninguna parte del cerebro superior funciona plenamente, por tanto, es literalmente incapaz, al menos de momento, de controlar su cuerpo y sus emociones y de utilizar todas las aptitudes del pensamiento de orden superior como plantearse las consecuencias, resolver problemas o tener en cuenta sentimientos ajenos. Ha perdido los papeles. Da igual que tenga 2 o 15 años. La parte superior de su cerebro no está operativa.
La respuesta adecuada en este caso debe ser afectuosa y reconfortante. Las claves serán intentar conectar con nuestro/a hijo/a y ayudarle a tranquilizarse. A menudo eso se consigue con un contacto físico cariñoso y un tono de voz apaciguador.
No tiene sentido intentar “hacerle razonar”, quitarle importancia al asunto, darle explicaciones, hablarle de posibles consecuencias, ni adoctrinarlo sobre cuál es la conducta adecuada: su cerebro no va a procesarlo, está colapsado.
La estrategia debe ser, sentarnos a su lado, escuchar y acoger lo que siente, interesarnos por lo que nos cuenta, acompañarle en su bloqueo, frustración, disgusto, etc. con un reconfortante silencio y permitirle dedicar un tiempo a sentir esa emoción “no satisfactoria” (rabia, tristeza…). Si nuestro hijo siente que estamos a su lado sin pretender cambiarlo, sin criticarlo por su forma de expresarse en ese momento, os aseguro que tardará mucho menos en serenarse y su cerebro superior se desbloqueará antes.
Después, en cuanto el cerebro superior vuelva a activarse, ya podremos abordar la cuestión desde la lógica y la razón y hablar con nuestro hijo enfocándonos en soluciones (herramienta fundamental propuesta por la Disciplina Positiva) para ver cómo abordar situaciones futuras de una manera más satisfactoria para todas las partes implicadas.
En resumen, conocer el tipo de rabieta-explosión emocional, que está experimentando nuestro hijo, es fundamental para saber si lo eficaz en ese momento es mantener un límite con cariño y respeto o es acompañar a nuestro/a hijo/a en el proceso de sentir y liberar su emoción, para ayudarle a recuperar el control de sus emociones.